Leurtza apenas aparece en las propuestas turísticas del norte de Navarra, y menos aún merece unas líneas en las guías de la comunidad foral: como mucho, una reseña de un paseo al borde de un embalse, sin más, como si cierta desgana hubiese contagiado al redactor. O bien es ésa la razón, o bien los navarros, tan expansivos por lo general, han optado por ocultarnos el secreto de uno de los más bellos parajes que se pueden contemplar en un radio de 300 kilómetros. Te parecerá una exageración, un espejismo, lo que quieras, pero sólo tienes dos opciones: ir o no ir. Si no vas, te perderás una imagen de postal, esa fotografía que tantas veces has visto de la lámina de agua que, como un espejo, refleja el bosque; de esas que, según dicen, sólo puedes disfrutar en Suiza, Yellowstone o Finlandia.
El prodigio de Leurtza
Si nos haces caso, desde el valle de Doneztebe y Donamaria, con sus torres y caseríos, tendrás que ascender suavemente hacia Urrotz por una carretera estupendamente asfaltada, donde las praderas dejan paso al bosque de hayas (hay tantas en la comarca que te puede atacar el síndrome de Stendhal, demasiados árboles). Tras diez kilómetros, se abre ante ti el paisaje: dos pequeños embalses situados a diferente altura para generar electricidad y transformar lo que fue una aberración ecológica en un lugar de ensueño. Si llegas a mediodía, los navarros ya están allí, paseando, preparando el almuerzo; si vas por la tarde, te los encontrarás descansando o haciendo tai chi, que es muy moderno.
Los pantanos, construidos en los años 20 del pasado siglo, ocupan una superficie de dos hectáreas y tienen la catalogación de parque natural, por lo que están vigilados por agentes del servicio forestal. Hay mesas y barbacoas, sol y sombra y servicios sanitarios. Alrededor de los embalses existe un paseo carente de desniveles que discurre a la sombra del bosque, mientras que en el agua se esfuerzan los piragüistas.
Ahora ya lo sabes: no digas que nadie te avisó del prodigio de Leurtza.
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